Cuenta la historia que, al principio de los tiempos, los hombres no eran como son actualmente. En primer lugar tres eran los sexos de los hombres: el femenino, el masculino y el andrógino.
En segundo lugar la figura de cada individuo era totalmente esférica, tenían 4 brazos, 4 piernas, una sola cabeza con 2 rostros y, por último, dos órganos sexuales. Cada individuo estaba formado, por tanto, por la conjunción de dos individuos de los que viven actualmente en la tierra.
Cuenta la historia que lo masculino era en un principio descendiente del sol, lo femenino de la tierra y lo que participaba de ambos, lo andrógino, de la luna.
Estos antiguos seres eran tremendamente fuertes, vigorosos y arrogantes. Tanto, que en un momento determinado intentaron invadir el Monte Olimpo que era el lugar donde Vivian los dioses con la idea de alcanzar la gloria divina de la que se creían merecedores. Zeus, al percatarse de esto, y tras haberlo hablado con el resto de los dioses, les lanzo un rayo que dividió a cada uno de aquellos seres en dos. Así pues, una vez que la naturaleza de estos seres se vio dividida en dos cada parte echaba de menos a la otra.
Aquellos seres que pertenecían al sexo masculino echaban de menos y buscaban a su otra mitad, masculina también. Aquellos seres que pertenecían al femenino se echaban de menos mutuamente. En el caso del sexo andrógino la porción correspondiente a la forma masculina echaría de menos a la femenina y viceversa. Esta división fue el origen de lo que hoy en día conocemos como heterosexualidad y homosexualidad ambas igual de validas.
Pero no conformes solo con esto, los dioses además borraron sus mentes para que no pudiesen encontrar a su par.